Suelo decir cosas que nadie entiende,
que por cierto, a nadie le importan,
suelo cambiar la piel cada 31 de julio,
a la hora del vermouth,
y aún así las marcas en mi espalda siguen,
para sumar algunas nuevas cicatrices.
Ese tipo que en mi habita,
es una constelación de paradojas,
de quimeras que valen menos,
que el poco tiempo que tengo por delante,
y que a paso firme,
va dejándome en el camino.
Como un espartano entrego mi sangre,
a la horda persa que en número me superan,
y a sabiendas que por más que lo intente,
jamás los podré vencer,
y que sólo me queda de consuelo,
tener la frente en alto cuando caiga mi cabeza.
Mareado por la resaca de una vida,
por la que paso invisible,
respetuoso de quién tenga en frente,
y absolutamente convencido,
que cada mañana es un escenario virgen,
para tratar de ser el protagonista.
Y para cuando mis cenizas,
se mezclen con el viento,
y la luna de mayo sea cenit en mi alma,
se abrirán las ventanas donde mis recuerdos,
dejarán de hacer equilibrio en el horizonte,
para perderse sin pena en mi historia.