De cuando tus días fueron mis días,
de tu primavera sobre mi pecho,
acariciando atardeceres,
como quién va mimando a la vida,
escribiendo sin prisa,
simples estrofas de una historia.
Sinceramente, llevo en mí tu sonrisa,
doquiera que una sonrisa encuentre,
a pesar de lo insesible de los tiempos,
dejando mis pensamientos dormidos,
con el corazón malherido,
por una tarde que cerró sus puertas.
Acurrucado en mi memoria terca,
que insiste en nunca jamás olvidarte,
vuelvo noche tras noche a nombrarte,
a buscar las huellas de tus pies prolijos,
en un desolado camino,
que nunca se cruzó con tus pasos.
Incauto en el arte del casi amor,
que vuelve envuelto en nostalgia,
a los andenes polvorientos del alma,
sobre el tren de carga de los fracasos,
de un idilio prestado,
que no pudo partir de su estación.
Y mi sombra buscará en tus otoños,
quizá esa canción que no tuvimos,
o robarte sin piedad un beso,
cuando ya ni recuerdes quién soy,
y se rindan del calor,
de todos los besos que no fueron.
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