martes, 26 de abril de 2022

PIRRIMAN Y EL JOVEN LADILLA

Desafortunadamente me a acostado muchísimo ser el héroe de mi propia historia, mejor dicho, siempre fuí un personaje secundario de la misma, donde a veces ni siquiera pude participar con un mísero bolo o cameo, situación que debía cambiar para enfrentar los últimos pocos años de mi vida útil con al menos un protagónico de segunda selección en una peli de bajo presupuesto. Todo lo que necesitaba era encausar mi mentalidad, tan fácil como eso, pero ¿Cómo lo haría sin caer en los mismos abismos de mis propios acantilados? Tratar de darme cuenta de mis errores era una especie de utopía, ya que mi error, es no darme cuenta cuáles son.
Profundizando en mi subconsciente reprimido, intenté hilvanarme un personaje apropiado para exaltar mi alter ego y transformarme en el paladín de mi vida. Fijar una meta, respetarla, y no claudicar, por más que al principio no todo vaya saliendo de acuerdo a mis expectativas.
Al ser tan volátil en mis pensamientos, la meta la dejé para después, lo realmente importante era mi atuendo, el que me daría el porte necesario para llevar adelante mi cruzada. Así que me lancé a Mercado Libre para ver si habría algún enterito de neoprene y colores intimidantes que sea de mi agrado. Si Kick Ass lo encontró en E-Bay. ¿Por qué yo no?
Naaaa, una cagada, horas y horas buscando, y nada de nada que diera con mi perfil aerodinámico. Así fué que decidí confeccionármelo yo mismo. Hurgueteando los cajones de mi hermana encontré un can-can de encaje negro con motivos arabescos muy chetos, entre mis cosas de los años ‘70 rescaté un calzoncillo bóxer de tela con esa bragueta sin botones y dibujitos de Mazinger Z, y unas Topper de tela básquet de caña alta (las Flecha estaban hechas bosta). De la cintura para abajo ya estaba prémium, sólo me quedaba el complemento superior y el antifaz, y eventualmente, una capa. Me encantan las capas por más que Etna Moda diga que son peligrosas de usar para los superhéroes. En el placard de papá hallé una remerita pupera de lentejuelas doradas pegada al cuerpo, óptima para marcar mi tórax torneado, y una manta roja sangre que daba a la perfección con mi idea de capa y, por el momento, pinté mis ojos como Miguel Bosé en Tacones lejanos, con pestañas postiza y todo (el placard de Papi era muy completo), en algún momento encotraré algún antifaz que satisfaga mis expectativas. A falta de distintivo, entre las cosas de Mami, había un prendedor de una mariposa muy bella, lo adopté, y elegí mi nombre de super: “PIRRIMAN”. Pinté el Renault 12 ‘84 de un ocre muy bonito, ya que el rosa que me gustaba me lo había cagado Mary Kay.
Totalmente equipado salí a limpiar la tardecita-noche cordobesa de malhechores.
El primer contratiempo fue económico, sin un puto centavo en el bolsillo, no pude llenarle el tanque a la máquina francesa y sin carga en la tarjeta del bondi; tuve que irme al centro a pata desde San Martín, barrio que crucé sin mayores inconvenientes, salvo cuando pase por calle Cerrito donde el Pica y sus amigos me la tenían jurada y me corrieron hasta el Cerutti a los piedrazos. Independientemente de eso, mi capa flameaba de una manera maravillosa.
Con mi Walkie Talkie sintonicé la frecuencia de la policía para enterarme de los ilícitos en tiempo real.
-RRcccrrrr... Robo en maxikiosco en San Vicente... QSL... Cambio -mi primer desafío-.
Salí corriendo para aquel lado, llegué a las boqueadas. Por suerte los canas lo agarraron, era un ciego que quería chorearse una revista de palabras cruzadas a punta de bastón blanco.
-RRcccrrrr... Motín y toma de rehenes en jeriátrico de Alta Córdoba ... QSL... Cambio -segundo desafío-.
Tamadre, me quedaba en la loma de la mierda, algo tenía que hacer. Detuve a un pibe que venía en bici con rueditas con su mamá del súper, levanté la mano y les dije:
-¡ALTO! Esto es una cuestión de seguridad ciudadana, necesito su vehículo.
Naaaaaaa, la de bolsasos del Disco lleno de botellas de fernet y latas de Nido que me empezó a propinar. Después de dos cuadras de correr como un enagenado, me llegó el último y certero botellazo que me dió en mitad de la espalda; me senté en el cordón de la vereda a masticar mi fracaso, cuando un flaquito en skate se me acercó a preguntarme qué había pasado. Le conté y, me dijo:
-Puedo ser tu chofer, siempre quise experimentar la experiencia de ser un superhéroe, pero mi vieja prefirió que estudiara.
-Pero nene, andás en patineta y ni siquiera tenés una capa -le dije-.
-Eso es lo de menos, Don. Sería como Kato del Avispón Verde. Y soy muy groso con el skate, lo puedo llevar a cococho -dijo-.
Agarré viaje, le hice pintarse una especie de antifaz con un poco de barro, me monté sobre él, y salimos al palazo pal geriátrico. Un as el chango, llegamos antes que la policía. Entramos por la medianera del costado donde había un baldío y nos encontramos con los delincuentes, 3 viejos que empuñando una chata cada uno habían tomado el establecimiento en repudio a que le daban engrudo y no Corega, por tal razón las migas de las tostadas se le metían entre el paladar y las prótesis. La protesta era válida, más no el método. Pudimos reducirlos pateándoles los trípodes, ya en el suelo pudimos calmarlos, menos a Don Cosme que en la caída se quebró la cadera. Mientras llegaban los de emergencia, salimos raudos en pos de otro ilícito por resolver.
Con tanta adrenalina se nos despertó el apetito, así que el “Joven Ladilla” (le dí ese nombre de super porque le picaban las bolas todo el tiempo) y yo, la cagada fue que estábamos secos los dos, no nos alcanzaba ni para compartir un Media Hora. Mierda, me cago en Ironman que la levanta en pala vendiéndole armas a Medio Oriente para después hacerlos cagar porque las usan.
Luego de una pequeña deliberación, decidimos ver, teniendo en cuenta nuestro rol de paladines de la justicia, si en algún resto nos invitaban a comer. Aprovechando que estábamos por la zona nos metimos en La Zete Comida Árabe. Nos sentamos, pedimos la picada tradicional especial con un Catena Zapata malbec, cenamos opíparamente y, provechito de por medio, el mozo nos trajo la cuenta. Quise explicarle quienes éramos para que en agradecimiento por tener las calles cordobesas liberadas del hampa, se hicieran cargo de nuestra cena, pero no, ni nos junaban. Acto seguido el Joven Ladilla le dio un golpe de capoeira al garçon, y me dijo:
-Rajemos Toto!!!
Salimos cagando del lugar esquivando cuchillazos, cucharones, keppi crudo y, puteadas.
-No podemos estar tan pobres, che -le dije desmoralizado-.
-Sip -respondió-.
Inmediatamente, encaró a un transeúnte, lo amenazó con un tenedor que se había choreado del restoran, y le robó la billetera... A correr de nuevo.
-¿Qué hiciste, cabeza? -le pregunté totalmente desorientado-.
-La diaria, Pirriman - me contestó-.
-¿? -yo-.
-Soy ratero, sólo que me llamó la atención al verte y quise interiorizarme de tu movida -comenzó-. Ahora te voy a enseñar la mía.
¿Qué podía perder? Pensé. Total nadie me esperaba en casa y yo estaba buscando mi norte en la vida.
Realmente fue una maravillosa noche de ilícito perpetrados. A dos monjas le sacamos los rosarios; a un rengo vendedor de churros, el frasco de azúcar; a una señora sentada en la entrada de una iglesia, la latita con las monedas; en fin pudimos hacernos de un buen botín. Nos despedimos con la promesa del reencuentro al día siguiente para definir para que lado de la justicia nos inclinaríamos, hacíamos un gran equipo para cualquier emprendimiento. Por primera vez en meses, tenía azúcar para el yerbeado y unas monedas para 2 ó 3 criollos, lo que tornaba la balanza muy al margen de la ley, aunque mi conciencia dictara lo contrario. Me dormí.
Cerca de las 20 horas el Joven Ladilla me esperaba en la plaza Colón.
-Mi querido co-equiper, la decisión está tomada -le dije-. Seamos el enemigo público número 1.  Salgamos a chorear y a hacer la diaria, comenzar a amasar una pequeña fortuna para cuando me jubile.
Me miró con cierta incertidumbre.
-Yo quería ser un super. Le conté a mi vieja, y estaba chocha. No me dá para desilusionarla ahora -me planteó-.
Muy dentro mío sabía que el pibe tenía razón, pero necesitaba una entrada fija por lo menos para los puchos, por lo tanto, era el momento de separarnos y tomar cada uno su camino.
Al cabo de unos días ya me había transformado en un auténtico azote que tenía en vilo a las calles, y a la fuerza policial que no podía dar con mi paradero; por otra parte el Joven Ladilla con su aporte justiciero ya había dado fin al delito en la zona Sur de la City. Cómo yo operaba en la parte Norte, no había forma de cruzarnos, hasta que pasó lo inevitable... los dos, llegamos al Centro, él en su patineta, yo en el 14.
9 de Julio y San Martín, yo acababa de chorearle a una sexagenaria la bolsa con unas bombachas recién compradas en Casa Balbi, y mientras huía, sentí su voz:
-Pirriman!!! Detenete y entregate, mierda!!!
Me dí vuelta, lo miré fijo a los ojos, ambos sentimos un dejo de nostalgia, y entre lágrimas le repliqué:
-Andá a hacerte culiá.
-Dejate de joder. No me la hagás difícil. Se terminó, hasta acá llegaste -me dijo con un nudo en la garganta-.
-Ni en pedo, pichón -le dije-.
Y empezamos una feroz pelea entre nosotros. POW!... BOOM!... OOOPS!... (Mierda, se me pegó el Batman de los ‘60) En fin zafarrancho y bollos por doquier hasta que pudo reducirme con el “Ladi-lazo”, e inmediatamente llegaron los refuerzos que me pusieron las esposas y me metieron al patrullero.
-Perdoname, Pirriman, pero, no me diste otra alternativa -me dijo profundamente acongojado mientras me acariciaba la espalda-.
No pude evitar una lagrimita.
A bower sin escalas, al llegar, me sacaron el cinturón, los cordones de los zapatos, mi efectos personales, mi celu... ¿Mi celular? ¿Dónde carajos estaba mi celular? Tamadre, el culiao me había choreado el celular después de ponerme las esposas.
Es al pedo, al que nace barrigón... Joven Ladilla y la puta que te parió.

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