El pequeño Silvano silbaba sobre el ciruelo,
a 3 metros del concreto donde el mundo hacía pie,
y al que él observaba con sus ojos de niño,
la gente que no entiende le aconsejaban bajar,
pues su vida a esas alturas seguro riesgo corría,
y él en su inocente conciencia solamente sonreía.
Uno a uno se fueron sumando para tratar de convencerlo,
y de la amabilidad al maltrato sin pausa fueron pasando,
y gente y más gente llegaba como una jauría rabiosa,
pues tanta libertad no podría conducir a nada bueno.
La turba pensante pensaba y pensaba la manera,
de terminar con aquel imprudente acto de rebeldía,
y al ver que no podían ni siquiera sacarle su sonrisa,
entre ellos se echaron culpas de tan bochornoso fracaso.
Una mano artera entre el tumulto arrojo una piedra,
y tras ella, miles de piedras ensombrecieron el cielo,
y Silvano cayó como las verdades que nadie quiere oír,
al vacío de la intolerancia de los hombres de mármol.
Una anciana regó con sus lágrimas su cuerpo yerto,
y un rayito de sol hizo foco en su pecho,
y el ciruelo a su lado comenzó a parir sus frutos,
que alimentaron a los niños de la gente que no entiende.
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