de la historia y de la noche,
las historias de sus noches,
en la soledad de la ciudad,
y en el apático concierto,
de su propia soledad.
Su pie derecho traía suerte,
decían,
por eso siempre brillaba,
a pesar del opaco descuidado,
del resto de su estampa,
y su desnudez permitida,
desafiando las leyes locales,
era sencillamente ignorada,
quizá por la rutina de verla.
Aliento de mármol,
suspiraba en silencio,
por los soles indiferentes,
y las lunas mal amadas,
una obra brillante,
de un escultor mediocre,
que la sedujo un invierno,
en la penumbra de su taller,
mientras su pareja,
juntaba jazmines para ella.
Hasta que una siesta nublada,
inviernos después,
un anciano de gorra marrón,
fijó el bastón en su mano,
sobre los baldosones grises,
y acarició su pié si brillo,
como borrando los reproches,
ahogados en el pasado.
Ella bajó de su pedestal,
se paró frente a él,
los mismos ojos,
también la misma sonrisa,
y en mitad de un abrazo,
lleno de tiempo perdido,
él la cubrió con su sacón de
lana,
acomodó sus cabello,
y dejó caer su bastón,
simplemente para empezar otra
vez.
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