corrían lágrimas mal curadas,
de un amor, un gran amor,
que nunca le abrió sus puertas,
y en el más real de los mundos,
dónde las plegarias sin fe,
se amontonan,
como moscas sobre la mierda,
pudo escribir sus mejores notas.
Del poder del saber,
a saber que podía,
la euforia lo despertó una
mañana,
y sin perderse en el tiempo,
cruzó con su dedo una línea
blanca,
precisa entre el arte y la
parte,
para caminarla de puntillas,
y poner a prueba su equilibrio.
Del más acá al más allá,
en su peculiar viaje relámpago,
encontró vida,
en el corazón de las piedras,
alas en los desprolijos,
y hasta un barrilete sin cola,
volando sin miedo sobre el
océano.
Supo que le alcanzaban las
fuerzas,
y disponía de una dulce locura,
como para emprender algún sueño,
algunas cuentas pendientes,
y hasta la utopía de encontrar,
aquel amor,
aquel gran amor siempre esquivo.
Lo paradójico fué,
que aunque nunca pudo hallarlo,
amó a cuanto amor se le
presentó,
y de todos rescató algo bello,
y descubrió con una sonrisa
serena,
que su gran amor era amar.
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