Llevaba en su bolso,
cientos de cosas inservibles,
ausencias programadas,
fragmentos de palabras,
pasos cansados,
cielos de nubes negras,
algunos abriles olvidados,
y una sonrisa sin estrenar.
Permutaba recuerdos,
por domingos soleados,
mentiras en el viento,
un mendrugo de pan,
y fotos viejas,
de gente que no conocía,
de lugares remotos,
sólo para hacerse de raíces.
Su cabeza no buscaba,
lo que su corazón reclamaba.
Visitaba los andenes,
y cuando un tren partía,
agitaba su pañuelo,
despidiendo a aquellos,
que viajaban para escapar,
de la vida que no tenían
por los que en la partida,
no fueron a despedirlos.
Llevaba en su bolso,
montones de piedras escritas,
como una bitácora absurda
del destino de sus tropiezos,
un puñado de monedas,
acuñadas con sus desvelos,
y el collar de un perro,
que se fué una primavera
Sus silencios le decían,
lo que nunca quiso escuchar.
No tenía deudos,
tampoco tenía deudores,
nunca tuvo hambre,
sólo un poco de sed,
que saciaba moderadamente,
cuando la muerte,
en alguna pared desnuda,
le hacía un pequeño guiño.
Una madrugada de lluvia,
dejó su bolso en un cesto,
a las puertas de un orfanato,
junto con unas almendras,
una rosa marchita,
y una nota que decía:
“A quién corresponda,
duerme con la luz encendida”.
martes, 18 de enero de 2022
EL BOLSO DE SERGIO
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