Recuerdo que hubo una época, cuando los teléfonos de línea eran una necesidad y no un adorno como hoy, que era muy común que vos quisieras llamar a alguien y, por esas putas cosas de la comunicación de aquellos días, las benditas líneas se cruzaran con cualquier otro número lejos del marcado.
Ete aquí que una tardecita queriendo llamar a mi tía Benigna para avisarle que le había comprado el termómetro y se lo llevaría antes que empiece “Un mundo de veinte asientos” para después que se tome la fiebre, ver la telenovela juntos, se ligó el teléfono y me atendió otra mujer.
-Hola, tíaaaaaaaaa!!! -saludé-.
-Perdón ¿Con quién se quiere comunicar? -contestó una vocecita muy agradable-
-¿Tía Benigna? -pregunté-
-No. Está equivocado -dijo-.
-Perdón... -me disculpé sorprendido- Muchas gra...
-No cortés -me pidió-. Los caminos de la vida tienen rumbos inesperados, las cosas por algo se dán. Casualidades que pudieran no ser tales en el universo abstracto de las causal...
-Tranqui, tranqui -la interrumpí-. Tengo que comunicarme primero con mi tía y después la seguimos. Anotá mi número y pasame el tuyo. Termino mi trámite y te llamo. ¿Te parece?
-¡Sí! -respondió con entusiasmo- Beso, espero tu llamado.
Pude comunicarme con mi tía, le llevé el termómetro, vimos la telenovela, le puse la bolsa de agua caliente, la dejé dormida y volví a casa. Esa noche no pude dormir, no solamente porque Gabriela Gili y Claudio Levrino habían quedado en un quilombo difícil de resolver en el final del capítulo 387 de “Un mundo de 20 asientos”, sino porque la comunicación desviada me había dejado picando las ganas de retomarla para ver que onda con... Tamadre, no le había preguntado el nombre ni le había dicho el mío. 3:47 AM, la llamé, no quería que la cosa se enfriara.
-Hola -se escuchó-.
-Hola... Soy el so so brino de Be Be benigna -tartamudeé-.
-¿Quién? -dijo-
-El que te llamó hace un rato queriéndose comunicar con su tía -aclaré-.
-Sí, bolú, ya sé -entre risas contestó-.
-¿Estabas durmiendo? -pregunté-
-No, fumando un puchito mientras me hago un baño de inmersión en leche de hamster hembra virgen -dijo-, difícil de conseguir pero con grandes propiedades anti age y circulatorias. Me llamo Ignacia, pero podés decirme Ignacia... me gusta mi nombre. Sino, Nacha.
-Soy Casimiro, pero mejor, llamame Adriano... Es más cool -improvisé-, tiene un aire muy Celentano de fines de los ‘70.
-Venite y charlamos - me invitó-.
GPS mediante, llegué a su puerta. Me esperaba con velas, nada relacionado con algo romántico, EPEC tenía al barrio sin luz desde la tarde y, lo del baby doll, claramente venía con otras intenciones detrás; paradógicamente, su cuerpito gentil contrastaba bastante con el fuerte olor y el humo de habano que dibujaba su silueta de manera etérea, como así también penetrante (el habano era salteño, no cubano).
Con un delicado ademán de su mano, me indicó que entrara a la casa.
Cruzar el umbral fué como entrar en una peli yankee donde la escena principal pasa en cámara lenta, vislumbrando su figura, los destellos de las velas y un futón rojo en mitad del living como una expresión minimalista en el entorno escenográfico del pop art. O algo así, el punto es que la humareda me estaba pegando un poco en lo que estaba siendo mi percepción de mi entorno. Abrió las ventanas como para clarificar la densidad reinante, hizo que me sentara en el futón, trajo una jarra con jugo de limón y jengibre más 2 vasos que apoyó sobre la mesa ratona, y se sentó a mi izquierda en una silla mecedora.
-Soy psico-sexóloga moderna -como a modo de presentación-. Y sobre lo que estás sentado es el alma matter de mis terapias.
-Wow!!! -admirado por la referencia- ¿Me vas a analizar? Sólo vine a conocerte y, si pintaba, tener un tipo de conocimiento más carnal.
-¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿? -ella-
-¿No me decís que sos psico-sexóloga moderna? -pregunté-
-Naaaaaa, papurro, sado-sexópata violenta -me refregó-. Sacate la abuelita tejiendo de la oreja, y andá bajándote los lienzos para llenarte a fustazos esa nalguita virgen que Dios te dió -dijo mientras sacaba la fusta de una bolsita-.
-¿Me va a doler? -pregunté nervioso-
-Algo más de lo que te gustaría, algo menos de lo que quisieras -dijo detras de una sádica sonrisa-.
En el momento que me bajaba los pantalones y el boxer, se disipaba el espeso humo reinante, ella comenzó a pegarme cachetazos en la cara.
-No! Pará, loca de mierda -le pegué el grito y, un sopapo que la depositó de culo sin escalas sobre el futón-. Mordeme, arañame hasta hacerme surcos con tapitas de Coca, pellizcame los pezones, haceme un torniquete en las pelotas, pero nunca jamás me vuelvas a pegar en la cara. Capicci?
Y comenzó a llorar como una Magdalena.
-Perdoname, Ignacia. Nunca le había pegado a una mujer -le dije arrepentido-, sólo a la Zamantha, un traba que me quiso chorear la cadenita de san Cayetano mientras me hacía sexo oral en la parada del 57, matando el tiempo hasta que llegara el bendito colectivo. Aunque, ahora, somos re amigos en Facebook.
-No, la culpa es mía -me dijo entre sollozos-, soy impulsiva y no te dí la oportunidad de hacerte a la idea de lo que sería esta nueva experiencia para vos.
-Tranqui -queriendo consolarla-, el sexo extremo no me asusta. Tuve relaciones haciendo jumping desde el puente Avellaneda; debajo de la tribuna de la barra brava de Talleres con la camiseta de Belgrano puesta con un prima de Instituto, en un concierto de la sinfónica detrás del guaso que toca los timbales cuando interpretaban la Sinfonía fantástica de Berlioz de alrededor de 54 minutos de duración, con un solo de contrabajo muy sexy. Lo que no tolero es el temita del rostro, es mi carta de presentación, lo necesito que esté siempre inmaculado. Soy la cara de preservativos “El semen domado”. ¿No viste la publicidad? Soy el que interpreta al condón.
-Entonces no cortemos -sugirió-, prometo no ensañarme con tu cara. ¿Querés?
-Sí, sigamos -respondí-.
-¿Te jode si fumo? -preguntó- Es parte del juego.
-Ningún problema -contesté-.
Su figura, su habano, su futón. Una especie de combo erótico extraído de algún thriller francés de los ‘60, encendió el cigarro con una gran bocanada, que exhaló despacio sobre mí; algo que realmente me movilizó, no tanto por su desnudez (aunque claro, siendo calentón como soy era un punto muy a su favor), sino porque había bautizado con algunas hojas tiernas de marihuana al puto habano. Me empecé a reir como un idiota, mientras ella aprovechaba para darme pequeños pero certeros latigazos a lo largo de mi espalda. Ni cuenta me dí de eso. Había participado de orgías, tríos, mi chiguagua... Pero ésto, era muy distinto, siempre sobre mis cabales, apenas un vaso de alcohol, cero estimulantes de ningún tipo. De pronto me dió una pitada, y la mi risa se transformó en un abanico de imágenes un tanto bizarras, ella con 6 tetas y un penacho con trencitas entre las piernas, el futón una gran boca que no dejaba de besarme, el habano como un vibrador gigante que apoyaba en mi pecho en períodos regulares, mientras me mordía las orejas salvajemente. Alucinógenamente alterado, digamos que hacía de mí lo que se le cantaba el culo (que de hecho, en mi estado, también lo escuchaba cantar). Sentía el olor a asado desprendiendo de mis cueros, los ríos de sangre bajando por mis piernas y, no me importaba una mierda.
Su sadismo me estimulaba de manera sobrenatural, quería más y más. Pasadas las 5 de la mañana, Ignacia comenzó a sentir el ajetreo de la contienda, y poco a poco la fue ganando el sueño; cuando ya estaba completamente dormida, me saqué las esposas de los testículos, los ganchos de mis pezones y sus dientes de mis orejas. La amordasé, até sus pies y manos, y la deposité sobre el futón rojo. Su figura desnuda e inmóvil, su habano ya apagado pendiendo de sus labios con sobredosis de Botox, y su futón, testigo involuntario de su desequilibrio sexual, no dejaban de darme ternura. Tomé una copita de ron mirándola embelesado, me pegué una ducha para despejarme, desinfecté las heridas que me había producido, me vestí, llamé a mi tía Benigna, me pidió que le llevara un maple de huevos y un Multi-O para ver la telenovela esa noche (al parecer, Claudio Levrino iba a tener relaciones con la Gilli en el capítulo de hoy).
Me fuí, no sin antes llevarme algunos souvenires, un fernet, algunos de su “juguetes”, un mechón de su púbis angelical y, el futón.
Cerca de las 20 horas llegué a casa de mi tía, le regalé los accesorios de Ignacia para que los usara con el cuerpo embalsamado del tío Roque (ella no sabía que yo sabía que lo tenía en la pieza, en su cama, desde hacía 23 años, nunca lo quiso cremar), al término de “Un mundo de 20 asientos” volví a casa a por el fernet y mi, ahora, nuevo futón a escuchar un long play de Raphael, Ignacia y su romanticismo habían calado en mí, inesperadamente tuve un par de orgasmos espontáneos, empecé a extrañarla independientemente de las laceraciones que me había infligido. La llamé. Volví a su casa a verla. Teníamos un plan.
Abrió la puerta, con su desnudez apenas cubierta por el humo que la abrazaba sutilmente, se lanzó sobre mí, comenzó a morderme y rasguñarme, la tomé fuertemente de los brazos y la tiré sobre el ... Tamadre, ya no estaba el futón, lo tenía en casa. A la mierda la erección, al carajo la líbido, no era por ella, era por el futón, lo que me calentaba, era el puto futón. Me despedí no sin antes dejar que me pegara un par de fustazos como cualquier caballero que se precie de tal lo hubiera hecho, y me marche.
Desde aquel día no volví a estar con una dama, ni a la casa de mi tía que ya había resuelto el resto de su vida, y aparte ya se había enganchado con “Amo y señor” Con Arnaldo André y Luisa Kuliok... Demasiada violencia para mí.
A veces extraño su figura, otras, su habano, pero definitivamente, era su futón lo que más me atraía de ella.
viernes, 7 de enero de 2022
TU FIGURA, TU HABANO Y TU FUTÓN
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