martes, 26 de junio de 2018

El amor de Andés.

Del naciente al poniente,
a diario, Andrés,
cruzaba en su bicicleta,
los nervios de su ciudad,
curvas y contra curvas,
cuestas arriba,
cuestas abajo,
con el sol de frente,
con la lluvia en la espalda,
con revoluciones de un lado,
con conservadores del otro.
Él en su noble bicicleta,
sobrevolaban alcantarillas,
estados de sitio,
estados de coma,
el purgatorio asolado,
de los barrios bajos,
el purgatorio rentado,
de los barrios altos.
La ciudad sin rimel,
le muestra sus cicatrices,
le abre su corazón,
sin esconder sus miserias,
y Andrés la mira en silencio,
con apenas una lágrima,
que baja por su rostro,
e inunda la plaza mayor,
le tiende sus manos,
le dedica su vida,
y pase lo que pase,
en el lugar que sea,
que el destino lo lleve,
le jura amor eterno,
por que sabe que ella,
su ciudad, su tierra,
aunque lo lastime,
y no pueda con sus caprichos,
es de lo que están hechas,
su aliento, sus venas y su piel.


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