Atrás habían quedado,
las zapatillas de punta,
durmiendo en una vitrina,
de una clara habitación,
las grandes ovaciones,
los teatros colmados,
y hasta el Lago de los cisnes,
flotando en el paraíso.
Los camarines llenos de flores,
de saludos y admiración,
cambiaron serenamente,
por un pequeño jardín,
y una cocina modesta,
dónde silva una pava.
La vieja bailarina,
no quiso anclarse al pasado,
ni a su fama bien ganada,
ni a las galas en su honor;
simplemente se recostó,
en la piel de su presente,
y de tanto en tanto,
una melodía la acompaña,
que la invita a seguir bailando,
sobre el suspiro de una nube.
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