Dícese que Francisca,
era una mujer callada,
que caminaba las calles,
mirando siempre al vacío,
de porte frágil,
y grandes ojos pardos.
su cabello tan negro,
como los sueños perdidos,
que la brisa se encargaba,
de acariciar con ternura.
Sus pasos eran livianos,
sus mejillas apenas rosadas,
sus labios rojos, su piel blanca,
eran la obra maestra,
de pinceladas de un ángel.
Cuando llegaba a su casa,
despacio se desnudaba,
llenaba la antigua bañera,
y entraba en ella a esperar,
a que la medianoche,
trajera su verdadero amor,
y así, cada noche,
hasta su último adios,
por aquel galante fantasma,
que nunca jamás le falló.
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