decidió perseguir una quimera,
puso en su bolso algunos objetos inservibles,
unas pocas prendas y su cepillo de dientes.
Su primera parada fue en un pueblo fantasma,
dónde por la noche cadenas y lamentos,
se mezclaban con su sueño profundo,
y los destellos de las estrellas errantes.
Siguiendo su viaje llegó a un lago escondido,
de aguas templadas y peces voladores,
en el que se reflejaban las caricias,
que en su piel nunca se había posado.
Más adelante en mitad de la nada,
encendió una pequeña fogata,
para calentar su corazón dormido,
y darle color al pálido de sus mejillas.
Después de meses de caminar sin rumbo,
las luces de una casita lo atrajeron,
allí en el umbral de la puerta de caoba,
una doncella de pies descalzos estaba.
No se sabe si vivieron felices para siempre,
lo cierto que al compartir sus soledades,
ya ninguno de los dos perderían su tiempo,
esperando un tren que nunca llegue.
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