Era feliz en su casa de muñecas,
siempre expuesta,
siempre como siempre,
al alcance de quienes quisieran,
cuando el tiempo lo dispusiera,
sólo jugar con ella.
Era feliz cuando sola,
contaba los chocolates,
que solían dejarle aquellos niños,
sobre la mesita de luz,
cuando se acababan los juegos,
y se iban hasta la próxima vez.
Al ritmo de las vanidades,
el tiempo la fue olvidando,
y los niños que nunca crecen,
ni se apegan a compromisos,
fueron sin mirar atrás a jugar,
a otra casa de muñecas.
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