Cuanto más cerraba los ojos,
más podía ver,
su universo de cuatro paredes,
liberaban sus fronteras,
y su cuerpo se fundía,
en el infinito de su alma.
Vagos pensamientos,
saltaban por las ventanas,
arco íris de hojas secas,
saltaban de sus manos,
y en la plenitud del todo,
él hacía malabares.
Cuando la noche se hacía desear,
remontaba sombras de colores,
y recogía del piso,
palabras nunca dichas,
les sacudía el polvo,
para volverlas al ruedo.
En sus momentos libres,
ponía recuerdos,
en pedazos de celuloide,
para proyectarlos,
sobre los latidos mansos,
de su corazón.
Parecía un personaje,
escapado de algún cometa,
pero cuando salía al alba,
a cantarle al nuevo día,
daban ganas de ser,
un bello casi loco como él.
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