Este es el mundo, se dijo,
y se paró frente a un muro,
un gran muro, blanco perfecto,
en mitad del desierto,
apoyó sus manos en él,
para sentir su tersura,
respiró profundamente,
se alejó apenas un paso,
y con su dedo como pincel,
comenzó a escribir nombres,
a dibujar garabatos,
como si fuera un niño.
Prontamente lo que graficaba,
fue tomando vida,
los nombres se hicieron rostros,
que reían y lloraban con él,
los garabatos, paisajes,
llenos de colores nuevos.
El muro se transformaba,
se dividía en mil formas,
en miles de partes,
buscando lugar a su alrededor,
caminantes y caminos,
árboles de copas inmensas,
la música de nuevos vientos,
susurros de nuevos días,
noches llenas de lunas,
enamorando a suaves mareas.
Este es mi mundo, se dijo,
y sin salir de su excitación,
con una sonrisa mayúscula,
se llenó de universo,
de palabras que no conocía,
su yo más íntimo,
despertó en pensamientos,
para darle sentido,
a su abanico de instintos,
hasta que tocaron su hombro,
y tras de si, en silencio,
el infinito se hizo tangible,
en la piel luminosa,
de la desnudez amable una mujer.
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