Ella desde su rincón,
todo lo veía,
todo lo escuchaba,
y aún así,
nunca reveló secreto alguno,
ni indiscreciones.
Todos la amaban,
y por amarla,
la ignoraban,
los vio crecer a cada uno,
también envejecer,
llorar a escondidas,
reír a cielo abierto.
fue testigo de sus romances,
de los muros entre ellos,
y siempre luciendo,
su tímida sonrisa.
El tiempo la fue opacando,
ajando su fría piel,
destiñendo de poco,
su vestido azul.
Una mañana de marzo,
con una pelota de trapo
el niño menor de la casa,
sin querer la golpeó,
al caer,
estalló en miles de pedazos,
y el silencio,
se apoderó del salón.
Hoy, los que la amaron,
guardan una partecita de ella,
en cada rincón,
donde el mundo los lleve,
y con ella la historia,
de muchas generaciones,
siguen latiendo en la nueva vida,
de aquella muñeca de porcelana.
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