Las últimas esquirlas del crepúsculo,
caen por la ventana,
y con ellas,
los colores pardos y anaranjados,
que por si solos,
llenan de poesía la cocina,
desplegando sus destellos,
sobre la mesada de mármol.
Las ollas de cobre,
acompañan con su sinfonía,
de bramidos humeantes,
y aromas que recorren,
delicadamente,
el resto de la casa,
y las cucharas de madera,
no pierden el compás.
Los platos apilados,
de un blanco impoluto,
son el camarín improvisado,
donde tenedores y cuchillos,
esperan el momento oportuno,
para salir a escena.
La rutina escapa de su rutina,
y el acto cotidiano,
genera una expectativa única,
noche tras noche,
como un pequeño ritual,
cuando la cena está lista,
y las palabras mágicas,
apuran hasta a los distraídos,
cuando desde la cocina se escucha:
La mesa está servida!
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